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Muerta de Frío



En la ciudad de Ambato vivía Bienvenido Suárez, buscaba una esposa pues solamente ha salido con dos únicas chicas quienes al descubrir su pobreza se alejaron, era tan pobre que tenía que alquilar ropa para salir los domingos.
Un domingo por la tarde regresaba a su cuarto pues su cita lo había plantado, por el parque la Merced vio a una chica sentada en una banca, ella se hallaba sola y su ropa totalmente empapada y se la veía con frío sus ojos estaban llorosos, Bienvenido se sentó al lado de ella y le preguntó por qué estaba triste, ella le dijo que su papá se enojó con ella, Bienvenido le aconsejo que volviera y le prestó su chompa para abrigarla. La chica le dijo que al otro día le devolvería la chompa en el mismo lugar, cosa que no sucedió y como Bienvenido tenía que devolver la chompa alquilada fue hasta su casa, y al golpear salió un hombre de luto a quien le preguntó por Mercedes,y él le respondió que había muerto hace dos meses.
Bienvenido relató lo sucedido , y el padre de Mercedes ante tanta incredulidad fueron al cementerio, en donde encontraron la chompacolgada en la reja del nicho, ante esto el padre concluyó diciendo: que el día que contrajo la neumonía, que fue la causa de su muerte estaba con esa vestimenta.
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El Tren Negro



En el límite entre la provincia de Tungurahua y Cotopaxi, cerca de Salcedo, está la laguna de Yambo, que tiene sus aguas verdosas, lo que no permite mirar más de un metro de profundidad.
Se cree también que la laguna esta encantada, allí se hundió un tren del cual nunca se halló rastro alguno ni de los pasajeros tampoco.



Cuentan los moradores del sector que por la vía férrea que bordea peligrosamente las peñas sobre la laguna, corría un tren viejo, tan viejo y herrumbrado que parecía ser de color oscuro. La gente lo llamaba el tren negro.



Un Viernes Santo mientras hacía el recorrido de la tarde desde Quito hasta Riobamba, la locomotora tuvo que detenerse a la mitad del trayecto. Había llovido en la provincia de Cotopaxi y un gran derrumbe tapaba la vía. Los ferroviarios trabajaron el día entero para despejarle y solo cuando oscureció, los pasajeros se pudieron acomodar en los vagones y reiniciar la marcha.
El tren negro pasó pitando por Salcedo antes de las once de la noche; pero al llegar al sector de Yambo, donde los aguaceros habían arrastrado gran cantidad de lodo hacia los rieles, ocurrió el descarrilamiento con un rugido estruendoso. Los pasajeros, que dormían fatigados, despertaron al sentir que la máquina se precipitaba al vacío. Algunos alcanzaron a implorar a Dios por la salvación de sus almas. Otros pidieron perdón por ofender a Cristo al viajar en día santo.

El tren dejó escuchar su estrepitoso silbato en medio de la noche; como un monstruo agonizante cayó y se hundió en las aguas de la laguna sin fondo.

Debido a que nunca se encontró rastro alguno se cree que todos los ocupantes perecieron.
Ellos se volvieron parte de la leyenda: cada Viernes Santo, a las doce de la noche, si uno pasa por la carretera hacia Ambato escuchará el espantoso silbato del tren negro, acompañado por los gritos de las almas condenadas que penan en el fondo de las aguas.



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La oscura leyenda de ‘La Joaquina’



La Joaquina es el punto lúgubre de la vía a Píllaro. Las cruces que se observan en el kilómetro 10 contienen la tristeza de los deudos por las víctimas de los accidentes  fatales ocurridos en la zona, pero también tejen la leyenda de una mujer que se suicidó por la traición de un chofer.

En esta “culebrera” carretera que comunica entre Ambato y Píllaro, donde el miércoles 26 de diciembre murieron otras 13 personas y 37 quedaron heridas, muchos conocen la historia de Joaquina, una hermosa mujer  cuyo marido, un chofer, la habría traicionado. Ella al descubrir la ofensa corrió y se lanzó al precipicio.

Años después, el espíritu de ella supuestamente se le aparecía a los conductores traicioneros que circulaban por ese sector de la vía a Píllaro y por ello lo habrían denominado con el nombre de la difunta, “La Joaquina”.
Hipólito Ronquillo, periodista  ambateño y conocedor de las leyendas urbanas,  relató  sobre la historia tenebrosa. 

La Joaquina era una mujer muy bella que se enamoró de un mal hombre. Según la leyenda, al parecer era un chofer muy mujeriego. 
 Al descubrir la infidelidad de su cónyuge, ella no pudo soportar la traición y decidió poner fin a su existencia. La mujer decepcionada caminó por el sendero que había en aquella época y se lanzó al precipicio.
El cuerpo de la señora fue encontrado días después donde ahora se ha construido el santuario  de La Virgen, en la vía Culapachán-Píllaro. (YIE)
Meses posteriores a este acontecimiento, en los años 60, empezaron a ver a una linda mujer vestida de negro que deambulaba cerca del lugar del suicidio.
En esas épocas, para desplazarse hasta Ambato, los pillareños transitaban por un sendero o chaquiñán y con la utilización de caballos, mulas y asnos, según relató Ronquillo.

En aquella curva peligrosa, a los viajeros nocturnos y quienes andaban de “picaflor” se les aparecía la hermosa mujer vestida de negro. Los hombres embelesados la invitaban a que se subiera a la parte posterior de la montura del caballo. En el trayecto le hacían conversación, pero la mujer no respondía y cuando la regresaban a mirar se encontraban con una calavera que de los ojos irradiaba fulgurante luz. Las manos eran huesos. Lo demás cubría el vestido negro. Los galanes perdían la cordura al ver el espectro.
La vía asfaltada se construyó hace 70 años, contó Rosario Tenelema, habitante de Píllaro. La mujer ha escuchado sobre la leyenda, pero piensa que los accidentes en ese punto de la carretera ocurren por la imprudencia de los conductores.
Hace más de una década, en el punto La Joaquina, un bus con policías se fue al abismo. Más de 10 uniformados murieron y otros quedaron heridos. En el trayecto se observan las cruces y la leyenda en honor a los “Caballeros de la paz”.

Hay quienes afirman que cuando empezaron a circular vehículos a Píllaro no dejó de aparecer “La Joaquina”, pero en cambio los más crédulos dicen que han visto las sombras de personas en el lugar. “Mi papá contaba que los policías se aparecían para tocar sus instrumentos. Eran músicos los que murieron. Además, que siempre veían bultos en el sector La Joaquina”, dijo Marco Castillo, de 55 años. 

Por coincidencia, en este tramo de la vía se han producido varios accidentes de tránsito con víctimas fatales. El último ocurrió el 26 de diciembre y los familiares de los deudos piden mayor control en la peligrosa vía. 
Casualidad o no que la leyenda tenga que ver con los percances, en el sitio se requiere mayor señalización.
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Leyenda del Tesoro de Atahualpa






Cuando Atahualpa fue capturado por los españoles, cuenta la historia que, con el afán de recobrar su libertad, les ofreció un cuarto lleno de oro y dos de plata.

Objetos de estos preciosos metales comenzaron a llegar a Cajamarca (donde se encontraba Atahualpa cautivo) en caravanas de indígenas que venían de diferentes partes; sin embargo, debido a la grandeza del imperio Inca, la entrega del codiciado rescate demoraba.

Corría el rumor entre los captores de que el ejército del General Rumiñahui se acercaba para matar a Francisco Pizarro y los demás conquistadores, a quemar todo y liberar a Atahualpa.

A tanto llegó el temor que, ocho meses después de la captura, el Inca fue asesinado. Se conoce que Pizarro se llevó la mayor parte del botín recaudado, pero no se sabe a ciencia cierta qué sucedió con el resto del rescate prometido, con las caravanas de oro y plata que iban en camino hacia Cajamarca. Al parecer, Rumiñahui pudo ocultar el rescate.

Tras la muerte de Atahualpa, Pizarro se dirigió hacia el Cuzco y Sebastián de Benalcázar y se encontró con una ciudad saqueada e incendiada. Después de ocuparla, siguió el rastro de Rumiñahui que, según cuentan las crónicas, se encontraba en las peñas de los altos de Píllaro, cerca de los Llanganates.

Finalmente lo capturaron y lo quemaron en la plaza principal de Quito, pero no lograron conocer en dónde se encontraba escondido el tesoro. Hasta ahora no se sabe qué ocurrió con el tesoro de Rumiñahui, pese a las continuas expediciones que se han realizado.
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Las Velas del Amador



Don Juan Tenorio había llorado sobre la tumba de Doña Inés. Al final, acaso, había entendido que el Amor era una expiación. Por eso, en la escena del teatro se develaba una estatua. En medio de las sombras Doña Inés sale de su tumba y exclama: “Don Juan mi mano asegura/esta mano que a la altura/tendio tu contrito afán/y Dios perdona a Don Juan/al pie de la sepultura”.


Cuando el relato de Don Juan Tenorio, de José Zorrilla, cruzó el mar desde España, el actor llegó tan maltrecho que se lo confundió con cualquier personaje entregado a los lances amorosos. Y había una diferencia: los donjuanes de América no sufrían por amor. Sin embargo el personaje se había convertido en sinónimo de buscador de aventuras amatorias y por eso no fue casual que en San Miguelito, en Tungurahua, el cazador de fragancias del pueblo sea conocido como Don Tenorio, olvidándose el de Juan, porque hasta el nombre no había podido desembarcar de España.

Este mozuelo llevaba una máxima: la empresa amatoria más ardua lo catapultaría a ser la admiración de todas las muchachas del pueblo. Por este motivo eligió a una hija de Maria, como se conocía a las doncellas que estaban con la profesión de beatas en el cuello. La joven llegaba temprano a la iglesia envuelta en una chalina negra y su cara cubierta de un velo casi imperceptible, aunque se podía intuir su cabellera larga. Don Tenorio la esperó con paciencia. Sabia que no hay diligencia mejor que la realizada con cautela.

La damisela declinó, al inició, la invitación pero ante los ruegos aceptó encontrarse en las primeras sombras de la tarde. Los jóvenes parecieron entenderse con las miradas. La mujer lo condujo hasta una casa apartada. Al cerrar la puerta una habitación mínima se develó ante la insistencia de un escaso fuego producido por siete velas. Las siluetas se proyectaron en las paredes ásperas con olor a tierra. Las sombras parecían disiparse y cuando Don Tenorio se acercó el leve resplandor se consumió. Las palabras se quedaron flotando en el aire. El joven llamó tiernamente a su futura amada pero no obtuvo respuesta. Después a tientas intentó localizar una cerilla pero fue inútil. Palpó la pared y tampoco encontró la salida.

Fue allí que comenzaron los fatigosos gritos envueltos en un eco bronco, en medio de una estancia oscura. Su cuerpo cayó al suelo sólo para comprobar que la tierra era más húmeda que antes. Para el tercer día Don Tenorio tenia la garganta lacerada y sus leves quejidos eran cada vez más distantes. Pero no dio tregua y siguió gritando mientras sus manos arañaban la pared, con rastros de sangre. Ese día el sepulturero del pueblo llegó mas temprano y escucho unas voces que salían de una tumba.
Antes de que el aliento se le termine llego hasta la casa del teniente político con la inesperada noticia y la cara desencajada como un mal agüero. Cuando los dos hombres se dirigieron al cementerio ya les acompañaba una muchedumbre ansiosa por escuchar las voces que salían del cementerio. El panteonero, junto con algunos vecinos, cavó rápidamente la fosa y en medio de terrones negruzcos apareció la cabeza de Don Tenorio, con los ojos lastimados por la luz.

Fue sacado al vilo y antes que pudiera decir nada se arrodilló delante de medio pueblo y pidió perdón por su único delito: burlador de mujeres. Los viejos de San Miguelito aun no se ponen de acuerdo en las versiones del hecho. Hay quienes aseguran que Don Tenorio entró en un convento; otros dicen que una alma del otro mundo se enamoró del mozuelo. Mas, en los textos de Zorrilla se puede encontrar una alegoría de lo sucedido en San Miguelito y es cuando la sombra de Doña Inés exclama:

Más tengo mi purgatorio
en este mármol mortuorio
que labraron para mí.
Yo a Dios mi alma ofrecí
en precio de tu alma impura
y Dios, al ver la ternura
conque te amaba mi afán
espera a Don Juan
en tu misma sepultura.
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Libro de Cuentos, Leyendas, Mitos Y Casos Del Ecuador 2a. Ed.